Las Islas Marías, un pequeño archipiélago del Pacífico mexicano que albergó hasta hace tres años una colonia penal —un tipo de cárceles prácticamente desaparecidas en casi todo el mundo— alista los preparativos para recibir turistas en sus remotas costas.
Llegar a las Islas Marías es todo un reto ahora, cuatro horas en barco, pero la Secretaría de la Marina de México prevé facilitarlo todo. En una nueva función, de las muchas que han asumido los militares con el presidente Andrés Manuel López Obrador, se encargará de los paquetes turísticos.
Sin saber los detalles, ya hay interesados, como Beatriz Maldonado, una expresidiaria que cuando estuvo confinada entre esos “muros de agua” —como los describió el escritor José Revueltas también encarcelado en ese lugar de destierro— pensó que nunca más vería a su madre.
Sólo pasó allí un año de los seis que cumplió de condena por posesión de drogas y un arma, pero fue el más doloroso. “Perdí mi sonrisa, mi alegría”, dice. Por eso ahora, a sus 55 años y reconvertida en activista y con trabajo en una lavandería, quiere regresar para terminar de cerrar heridas.
La colonia penitenciaria de Islas Marías, fundada en 1905 en la Isla María Madre —el único de los cuatro islotes habitados de un archipiélago a más de 100 kilómetros de las costas de Nayarit y sometido a los embates periódicos de los huracanes— fue clausurada en 2019 y desde entonces intenta reinventarse.
Primero fue a través de un centro de educación ambiental, por el que ya han pasado 153 jóvenes. Ahora, como han hecho otros penales insulares en el pasado, aspira a convertirse en destino ecoturístico, lugar de disfrute de las aves y las playas y de conocimiento de la historia del lugar.
El presidente López Obrador, al inaugurar el sábado el museo de la isla, anunció que la Secretaría de Marina se encargará de los paquetes turísticos; se ampliará el aeropuerto insular y al buque de la Armada ya adaptado para 270 pasajeros se sumarán dos ferries que harán el trayecto en 2.5 horas.
Los visitantes se alojarán en las antiguas casas -de presos o trabajadores- que se están reconstruyendo para no levantar edificios nuevos que pudieran dañar la reserva natural. Todo podría quedar listo en tres meses, aunque se desconoce cuándo operará porque entonces será temporada de ciclones.
Es difícil saber si Islas Marías atrapará a los visitantes tanto como la antigua isla prisión estadounidense de Alcatraz, cerrada en 1963, o si ocurrirá como en la de Coiba, en Panamá, clausurada en 2004 y ahora un paraíso natural casi salvaje, donde los muros del antiguo penal cada vez están más comidos por la selva.
Aunque el gobierno ha sido criticado por dar cada vez más funciones a los militares, desde labores de construcción o viveros a controlar el nuevo aeropuerto, Maldonado no ve mal que la Marina se encargue del turismo. “Ojalá no haya nepotismo y todas tengamos la oportunidad de poder visitarla”, indicó en un mensaje tras el anuncio.
La isla actual nada tiene que ver con la especie de nave con piso de tierra y cinco baños para las 500 mujeres que ella recuerda. “Vivíamos en un gallinero”, asegura.
Ahora un colorido mural del líder sudafricano Nelson Mandela, encarcelado durante años también en una prisión insular, da bienvenida al visitante entre construcciones remodeladas, una iglesia encalada y el museo que tendrá como protagonista al escritor mexicano José Revueltas, encarcelado ahí en los años 30 del siglo pasado por militar en el Partido Comunista.
“Lo que era un infierno se está convirtiendo en un paraíso”, aseguró López Obrador.
La prisión fue considerada un tiempo la “tumba del Pacífico” y Revueltas escribió que era mucho más terrible de lo que él pudo describir en su libro “Los muros de agua” porque lo peor “viene a ser incomunicable por dos razones”: no se cuenta por pudor o por no saber demostrar que realmente es cierto.
Las colonias penales en islas fueron utilizadas en todo el mundo como sitios a prueba de fugas o para “rehabilitar” a los reos por medio de trabajos forzados. Otras ayudaban a colonizar territorios alejados. La mayoría intentaban ser autosuficientes.
En la Isla María Madre funcionó una planta salinera y una de cría de camarones. Los presos, además, intentaban sacar dinero haciendo bebidas alcohólicas con frutas fermentadas, contrabandeando con aves exóticas o matando boas para hacer cinturones.
El penal tuvo fama durante décadas de ser una “prisión sin muros” donde los presos vivían con sus familias en semi-libertad y relativamente buenas condiciones en casitas como las que ahora se reconstruyen para el turismo.
Con el inicio de la guerra contra el narcotráfico lanzada por el expresidente Felipe Calderón en 2006, la situación cambió y la prisión de las Islas Marías se vio desbordada. En 2013 llegó a haber 8 mil reos.
Maldonado llegó en esa época y dice que las mujeres aunque eran muchas menos, eran las peor tratadas. A diferencia de los hombres, no las dejaban salir de la zona rodeada por malla ciclónica aunque supieran oficios y apenas comían. “No nos hacían caso cuando alguna enfermaba, a mi compañera se le reventó la vesícula”, asegura.
El aislamiento extremo era lo que más pesaba, sólo roto el día 15 de cada mes con 10 minutos de llamada a la familia. Algunos de los que intentaron escapar murieron ahogados. La Marina rescató en ocasiones a otros que usaron contenedores vacíos o tablones para intentar nadar hacia la libertad.
“Los barcos iban los jueves a dejarnos víveres y cartas, y veía las lágrimas de mi mamá en las hojas manchadas”, recuerda Maldonado. “Lo peor era pensar que no iba a volver a verla”. Pocas veces los familiares podían costearse el largo viaje que entonces suponía 12 horas de navegación.
Lo único colorido que recuerda Maldonado era una barra de labios rojo carmín que llevó a la isla como único objeto personal y enterró con pena cuando se acabó porque sentía que le daba vida.
En 2013, un año después de que la mujer consiguiera un traslado a una cárcel de Ciudad de México, hubo un motín por la falta de alimentos donde murieron seis personas.
Años después, la Comisión Nacional de Derechos Humanos la situaba entre las mejores prisiones del país pero, aún así, fue cerrada en 2019 por sus altos costos -casi 150 dólares diarios por reo, mucho más que en tierra firme- y porque las reformas penales de esos años redujeron la población carcelaria.
El abandono de este tipo de prisiones ya había comenzado hacía décadas. La Isla del Diablo, en la Guyana Francesa e inmortalizada en la película “Papillón” se clausuró en 1946. Luego siguió Alcatraz y otras en Chile, Costa Rica, Brasil y Perú, donde en 1986 buques artillados destrozaron la mayor parte de las construcciones de la prisión de El Frontón para sofocar un motín, matando a más de 100 internos.
Panamá mantiene una cárcel insular en Punta Coco con solo 9 presos de alta peligrosidad, pero su infraestructura nada tiene que ver con las antiguas colonias penales insulares.
Maldonado, que desde que cumplió su sentencia en 2016 dirige el colectivo “Mujeres Unidas por la Libertad” en defensa de las que siguen en prisión, ya ha escrito a antiguas compañeras de celda para ver si se animan a acompañarla a donde nunca pensaron volver.