Darle voz a la niña que no fue escuchada es quizás uno de los procesos más dolorosos para quienes hemos sufrido violencia sexual en la infancia. Durante esa etapa tan importante para el desarrollo, muchas veces, las personas en las que más confiamos se convierten en los protagonistas de nuestras peores pesadillas, con quienes además tenemos que convivir como si no pasara nada. Hasta que los enfrentamos. Tal como han hecho muchas latinoamericanas valientes, cuyas denuncias resuenan hoy con fuerza en la región.
Desde México hasta Chile, las acusaciones por agresiones sexuales y violencia de género no paran. A la vista de todos, cada día más testimonios son expuestos públicamente en colegios, preparatorias, universidades y otros espacios donde las más jóvenes gritan con fuerza que no se sienten seguras. Día tras día, nuevas historias salen a la luz desde lo más secreto de los hogares y se hacen visibles para la sociedad.
Las nuevas generaciones de mujeres están dejando en claro que a ellas tampoco las van a callar. Se están rebelando en busca de un cambio y cuando menos incomodan. “En San Pedro [Garza García] también pasa”, dicen los testimonios que día con día emergen en ese municipio de Nuevo León, en el norte de México, un lugar conocido por tener la mayor renta per cápita de América Latina. En muchas de las denuncias compartidas por la cuenta Mujeres San Pedro, que comenzaron el 8 de marzo, se habla de abuso sexual por parte de primos, hermanos y otros familiares. Y no son extrañas si se miran las estadísticas. El 90% de las violaciones de niñas en este país suceden en el seno de la familia, de acuerdo con la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim).
Las paredes que separaban el espacio privado del público están desapareciendo. Muestra de ello es Brisa de Angulo, una joven colombiana criada en Bolivia que esta semana rompió otra barrera para visibilizar el problema al convertirse el martes pasado en la primera mujer en lograr llevar su caso de abuso sexual por parte de un familiar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Tenía 15 años la primera vez que su primo Eduardo, de 27, abusó sexualmente de ella en su casa, en la ciudad de Cochabamba. “Me violó cada día por ocho meses y me lavó el cerebro para que no dijera nada a nadie”, le contaba el martes pasado a la periodista Mar Centenera, después de su primera audiencia en contra del país donde creció. Ese mismo día, una tía y una prima le decían cosas horribles. “Como que soy una mentirosa”, comentaba.
El silencio es un muro difícil de romper, pero las estudiantes han descubierto que juntas gritan más fuerte. A ellas tampoco las han podido silenciar. La universidad pública más grande del norte de México, la Universidad Autónoma de Nuevo León, fue el escenario de una de las protestas que resonaron más fuerte a inicios de marzo. Las alumnas reclaman que el protocolo contra la violencia machista no funciona y las deja en total desamparo frente a los agresores. Ha habido protestas similares en Estados como Quintana Roo, Guadalajara, Puebla y Durango. En este último, una joven fue amenazada con un arma de fuego dentro de una universidad por haber denunciado a un compañero, el mismo día que una niña de 15 años fue violada por profesores y alumnos en los baños de una preparatoria técnica del Instituto Politécnico Nacional (IPN), en Ciudad de México.
En Colombia, las más pequeñas también se han sumado al movimiento ‘Me Too’ y han salido a denunciar bien alto que son víctimas de acoso y violencia por parte de algunos profesores, como cuenta desde Bogotá Sally Palomino. Son niñas de 13 a 15 años que están alzando la voz en todo el país, en unas denuncias que evidencian la impunidad de la que gozan los maestros en los colegios públicos, amparados bajo la figura de servidores estatales. Y en Chile, las denuncias de acoso en colegios le están planteando el primer reto al Gobierno de Gabriel Boric, que se define como feminista. Un caso, conocido como “La Manada de Providencia”, ha encendido la mecha y ha hecho que se disparen las acusaciones por comportamientos de connotación sexual, un delito cuya definición no está presente en la legislación chilena, como explica Antonia Laborde desde Santiago en este artículo.
Como un ave fénix, la lucha feminista está renaciendo con voz de niña esta primavera en Latinoamérica. Como el mítico animal que simboliza la resiliencia, ha resurgido de entre las cenizas de todas las voces que han sido silenciadas. Sus alas han tomado el impulso de las más jóvenes, que gritan más fuerte y por todas. Mi niña interna sonríe al pensar que marzo de este año será recordado como el final de una era en la que la comodidad de nuestro silencio, al menos, habrá terminado.