SpaceX enviará a una tripulación de la NASA a la órbita espacial esta semana, marcando un hito importante en la misión de los empresarios para reclamar la galaxia.
Si todo se realiza de acuerdo a lo planeado, los veteranos astronautas de la NASA, Bob Behnken y Doug Hurley despegarán del Centro Espacial John F. Kennedy (ubicado en Florida) el miércoles por la mañana. En menos de un día después, llegarán a la Estación Espacial Internacional. Este será el primer vuelo orbital tripulado desde suelo estadounidense desde 2011.
Lo más significativo: es la primera vez que los astronautas viajarán en una nave espacial de propiedad privada (recordemos que las acrobacias anteriores de turismo espacial han sido decididamente por el gobierno ruso). Behnken y Hurley serán trasladados en una cápsula Dragon, lanzada por un cohete Falcon 9, ambos diseñados y fabricados por SpaceX, fundada por Elon Musk. Incluso, ambos serán transportados a la plataforma de lanzamiento en los autos eléctricos fabricados por Tesla.
Es un momento de triunfo para Elon Musk y su compañía con sede en Hawthrone, California. Sin embargo, no es solo una victoria para un multimillonario y su compañía; es la culminación de un esfuerzo de décadas para transformar el espacio en una nueva frontera del emprendimiento.
“Esta es la misma emoción que sentí cuando era niño durante los aterrizajes en la luna de Apolo”, dice Tom Zelibor, almirante retirado y CEO de la Fundación Espacial (organización sin fines de lucro que aboga por la exploración espacial). “Son oportunidades inspiradoras para las personas que tal vez no lo han pensado antes”.
Durante el programa Apollo, trasladar a Neil Armstrong a la Luna no solo se trataba de la tecnología o ciencia, sino del triunfo del capitalismo sobre el comunismo. O al menos así fue la retórica.
La realidad era diferente: el programa Apollo fue construido por cientos de empresas privadas, pero su desarrollo y dirección fueron centralizados por el gobierno federal, que gastó aproximadamente 152,000 millones de dólares (mdd) para llevar al primer hombre a la luna. Situando al espacio como un dominio exclusivo del gran gobierno a través del programa del transbordador espacial en la década de 1980.
Para muchos entusiastas del espacio esto fue irritante, ya que su pasión se nutrió de las historias de ciencia ficción de personas como Robert Heinlein, quien retrató un futuro en el espacio impulsado por los capitalistas. En 1991, cuando la Guerra Fría finalmente terminó, las oportunidades empresariales en la frontera finalmente comenzaron a abrirse, irónicamente, dentro de la antigua Unión Soviética.
“Los rusos fueron los que dieron los primeros pasos en los servicios comerciales en el espacio. A causa de su colapso económico, tomaron la decisión de que sus mercados de clase mundial, ya fueran aviones de Aeroflot, el Ballet Bolshoi o el espacio, debían ser independientes”, explica Jeffrey Manber, emprendedor espacial y CEO de Nanoracks.
En la década de 1980, Manber trabajó dentro de la Administración Reagan, donde ayudó establecer la Oficina de Comercio Espacial. En ese cargo, ayudó a asegurar el primer contrato comercial entre la agencia espacial soviética y una compañía estadounidense. A partir de 1992, su labor en Rusia continuó tras la caída de la Unión Soviética, en primer lugar laborando con la compañía espacial rusa Energia.
La aparición de empresas espaciales rusas, que construían cohetes duraderos a precios razonables, ayudó a dinamizar el mercado. En tanto, las compañías europeas y americanas, codeadas por el complejo militar-industrial, retrocedieron presionando a sus gobiernos para limitar el número de lanzamientos rusos. En 1993, un artículo lanzado por Forbes describe esta respuesta a la naciente industria rusa de cohetes, enfatizando irónicamente: “¿No es buena la competencia? No lo es para los miembros de sector”.
Para el 2000, Manber se convirtió en el primer CEO de MirCorp (una empresa con sede en los Países Bajos, que se hizo cargo de las operaciones de la estación espacial rusa Mir.) A pesar de que su permanencia fue corta (en marzo de 2001, la estación espacial fue desorbitada por el gobierno ruso), encontró varias novedades: fue el primer reabastecimiento de carga con fondos privados, la primera misión tripulada con fondos privados y el contrato pionero de turismo espacial.
Mientras tanto, en Estados Unidos se vio un mini boom de empresarios espaciales que fundaron compañías de cohetes. Sin embargo, estos esfuerzos con frecuencia se encontraron con la resistencia de los políticas y de una industria heredada. La mayoría terminó en fracaso. “En ese momento, había muchas barreras políticas y culturales para aceptar el emprendimiento espacial en Estados Unidos”, dice Manber.
Un ejemplo notable de estos esfuerzos provino del banquero y multimillonario Andrew Beal, quien en 1996 fundó una compañía aeroespacial con el objetivo de producir cohetes reutilizables de bajo costo. “Sin duda es un gran lanzamiento de dados”, le dijo a Forbes en abril de 2000. Y tenía razón, la suerte se acabó seis meses después cuando Beal cerró la compañía, citando la imposibilidad de competir con la industria aeroespacial subsidiada por el gobierno.
En 2003 todo dio un cambio radical y en este entorno Elon Musk fundó SpaceX, con ayuda del dinero de la venta de Zip2 (la primera compañía que confundió) por 307 mdd, de igual forma, la venta de 1,500 mdd de PayPal. “Estaba claro que había una necesidad de un método confiable y de bajo costo para llegar al espacio”, declaró Musk a Forbes en ese momento.
Una pieza clave de la estrategia inicial de Musk fue lograr que el gobierno estuviera de su lado, dice Chad Anderson, cuya empresa de riesgo, Space Angels, con sede en Nueva York ha invertido en SpaceX: “Antes de SpaceX, el gobierno era el principal cliente. Lo necesitabas para que las cosas funcionaran. Así que Elon Musk y SpaceX hicieron todo lo posible para que el gobierno los tomara en serio”.
Musk combinó el espectáculo y ejecución que recuerda a Howard Hughes (magnate de los negocios con mayor éxito financiero en el mundo). Por ejemplo, a finales de 2003, Musk presentó el primer cohete Falcon 1 de su compañía y lo transportó a todo el país, para estacionarlo frente al Museo Nacional del Aire y el Espacio de la Institución Smithsonian. Eso fue después de que ya había probado con éxito sus motores.
Otro hito para la industria se logró en 2004 cuando SpaceShipOne, una nave espacial creada por Burt Rutan (pionero ingeniero aeroespacial) y su compañía Scaled Composites realizó dos vuelos suborbitales exitosos. Eso permitió a Rutan reclamar el Ansari XPRIZE valorado en 10 mdd, un incentivo ofrecido para estimular el desarrollo de vehículos espaciales privados. Posteriormente, la tecnología fue licenciada por Sir Richard Branson para Virgin Galactic, cuyo objetivo es llevar a los turistas al espacio a finales de este año.
El entusiasmo por los esfuerzos del espacio privado comenzó a estallar incluso en Washington DC. En 2004, el Congreso de EU aprobó una legislación que ayudó a despejar un camino regulatorio para las empresas de lanzamiento comercial. En tanto, Shelli Brunswick, directora de operaciones de Space Foundation, quien aboga por la exploración espacial, reconoce esto como una base clave para el lanzamiento orbital de SpaceX durante esta semana. “Se basa en la legislación, financiación y políticas correctas en los últimos 20 años”, dice Brunswick.
En 2005, la NASA comenzó a cambiar la forma de hacer negocios con la llegada de su programa de Servicios Comerciales de Transporte Orbital. Fue defendido por Mike Griffin, el entonces Administrador de la NASA, por lo que esto cambió la forma de agencia en hacer negocios. En lugar de tomar la iniciativa en ingeniería y diseño, la agencia espacial identificó las capacidades de transporte e invitó a las empresas a ofrecer ofertas.
En 2006, SpaceX aprovechó la oportunidad, ganando un contrato con la NASA que le proporcionó 278 mdd para desarrollar su cohete Falcon 9, lanzado con éxito por primera vez en 2010. Además en 2008 firmó un contrato por separado de 1,600 mdd con la agencia espacial para enviar carga a la Estación Espacial Internacional, que se cumplió en 2012 cuando su cápsula Dragon se convirtió en la primera nave espacial privada en llegar a la estación.
Una razón para este éxito es que las compañías de naves espaciales heredadas no prestaron mucha atención a la oportunidad. “Los grandes contratistas de defensa no pensaron que valiera la pena porque las cantidades eran muy pequeñas. Pero para SpaceX, una empresa joven y prometedora, respaldada por empresas, fue una gran cantidad de dinero”, dice Anderson de Space Angels.
El cambio cultural provocado por el programa de carga comercial de la Nasa ayudó a reducir otras barreras para los empresarios espaciales. Jeffrey Manber, por ejemplo, regresó a la escena con una nueva compañía, Nanoracks, que en 2010 instaló una plataforma de investigación en la Estación Espacial Internacional, permitiendo a los clientes realizar experimentos en el espacio. En 2014, instaló un sistema de despliegue en la estación que podría usarse para poner en órbita pequeños satélites.
A medida que avanzaba la década, SpaceX comenzó a ofrecer servicios de lanzamiento a otros clientes comerciales, como compañías de telecomunicaciones, a precios drásticamente más bajos que su competencia (incluidas las empresas rusas de cohetes). Entre SpaceX y Nanoracks, el costo del espacio rápidamente se redujo drásticamente, abriendo nuevas oportunidades de negocio.
“El sector privado ahora es un socio completo en la apertura de la frontera del espacio”.