Agustín Castañeda ha compartido con los visitantes, conocimiento y experiencias personales; siente que “revive los acontecimientos y forma parte de la historia”
Tlaxcala, Tlax. Agustín Castañeda Hernández nació en Nanacamilpa, una población tlaxcalteca famosa por las miles de luciérnagas que año con año brillan durante la época de lluvias, mientras él, desde 1989 y hasta hoy, se empapa de historia acolhua, en Tecoaque, el sitio arqueológico donde los indígenas reservaron y acondicionaron espacios habitacionales para mantener cautivos a centenares de prisioneros, integrantes de la caravana europea que cruzó por ahí durante la Conquista.
“En 1520, el sitio fue sometido a un cambio arquitectónico importante para dar cabida a medio millar de personas que se sumaron, como prisioneros, a la población local, durante el lapso de junio de ese año a marzo de 1521”, así lo han advertido Enrique Martínez Vargas y Ana María Jarquín, responsables del proyecto de investigación en la zona arqueológica de Tecoaque, en Tlaxcala, quienes conformaron un equipo de antropólogos, historiadores, técnicos y ayudantes para documentar el proceso que lleva consigo cada descubrimiento.
Es una ardua labor que debe apoyarse en un grupo dedicado y parte de ese equipo es el señor Agustín Castañeda Hernández, a quien el arqueólogo Martínez Vargas encargó la custodia de bienes patrimoniales en 1989. Documentar y describir la riqueza histórica en el lugar ha sido una gran tarea, lo mismo que resguardarla, pero valorarla desde una visión particular, como lo hace éste leal colaborador, es prácticamente empaparse de la historia, que sigue sorprendiendo a Castañeda, en cada nuevo paso que da por los rincones del lugar.
“Estar en la zona y conocer de cerca su historia es un gran aprendizaje. Me he desempeñado en diferentes áreas y siento que revivo los acontecimientos cada que las recorro. Es innegable que conocer los vestigios invita a imaginar el ambiente de aquella época; saber que ahí está un objeto, como aquel cuchillo utilizado por uno de esos grandes guerreros, en ese lugar dedicado a Quetzalcóatl, es una sensación única”, destaca el custodio de bienes patrimoniales.
Como el mayor de los ocho hijos del matrimonio de Valentín Castañeda y Marina Hernández, don Agustín transitó muchas veces por la zona arqueológica, acompañado de su familia y más de su padre campesino, sin sospechar que sería su lugar de labores por décadas.
“En ese entonces caminábamos entre cerros, magueyes y árboles, nunca pensé que mucho tiempo después me encargaría de limpiarlo, incluso de víboras; cosa que veían algunos regidores y también hicieron lo mismo”, comenta con orgullo, al tiempo de recordar que inició labores en el INAH en 1988, en el Museo Regional de Tlaxcala, y meses después en la zona arqueológica de Cacaxtla, donde apoyó las labores de mantenimiento y en almacén.
Su labor en el Instituto lo hizo olvidarse por completo del oficio de obrero que ejerció en el Estado de México y le permitió regresar a su estado para dedicarse a un trabajo que le ha gustado desde un principio, que lo hace feliz. Hoy, las 32 hectáreas que albergan la zona arqueológica de Tecoaque atraen al transeúnte por lo exuberante de sus construcciones, que destacan desde cualquier punto cercano como digno escenario de guerreros.
“Aquí he visto las acciones del arqueólogo Martínez Vargas, que desde que llegó en 1992 me ha hecho sentir la confianza para desempeñarme como hasta ahora. Aunque soy custodio y he laborado en mantenimiento, también me he dedicado aprender más, pues el trato con la gente ha sido necesario y me agrada ese contacto, que me feliciten por la información y la atención que les doy”, dice.
Agustín Castañeda ha hecho espacio para encargarse de que estén listas las condiciones para que el visitante tenga una experiencia agradable en Tecoaque y esa dedicación se refleja en el agradecimiento de quienes han recorrido la plaza Sur, con sus templos dedicados a Tláloc, dios de la lluvia, que fue de uso común, y a Mictlantecuhtli, deidad de la muerte, así como el área habitacional; lugares que para Agustín Castañeda inspiran a conocer cada vez más, por eso, él escribe lo que ve, lee para entender y luego compartir esa historia, dice.
Uno de los hallazgos que más lo han sorprendido es, sin duda, el cuarto escalón de la escalinata del templo circular. Cuenta que es un nicho rectangular en cuyo interior se depositó un cuchillo de sacrificio trabajado en sílex (técpatl), acompañado con fragmentos de copal.
La pieza que ha llamado la atención del custodio era el instrumento con el cual se realizaban los sacrificios, y por lo mismo tenía un importante simbolismo. Fue un objeto sagrado, poseedor de enormes poderes, al que sólo podían acceder los iniciados en las actividades y los conocimientos sagrados: los sacerdotes sacrificadores. El copal, resina olorosa que según los mitos deleitaba a Quetzalcóatl, acompañaba al cuchillo porque se creía que el aroma de la sangre del sacrificado mezclado con el olor del copal llegaba a los dioses.
Constante en su trabajo, don Agustín Castañeda ha compartido con los visitantes, conocimiento y experiencias personales; él se siente “parte de la historia”, afirma: “¡Una riqueza de tanto significado, que ejerce algo en mí que nunca soñé!
“Ahora, a mis 79 años, siento una satisfacción completa, pues pronto me retiraré, lo que lamento mucho porque estoy muy apegado al lugar, pero haber pasado por aquí durante 30 años será mi mejor recuerdo. He visto muchos cambios, muy buenos, pero me quedo con lo que conocí cuando llegué”, cierra con un suspiro modesto y tranquilo.
Hace unos meses, Agustín Castañeda recibió una medalla y el reconocimiento del INAH, en las instalaciones del Centro INAH Tlaxcala, de manos de su director, José Vicente de la Rosa Herrera, quien reconoció su empeño, destacando que de la trayectoria de Agustín Castañeda ha advertido solo eficiencia, constancia y entrega, por lo que es menester compartir su historia de vida.